¿Está cambiando el ADN del comunicador organizacional en esta era de transformaciones sociales y tecnológicas? La respuesta corta es Sí: A las habilidades tradicionales en comunicación es necesario integrar nuevas competencias para operar en un mundo de relaciones líquidas, de co-creación y colaboración virtual.
Una de las cualidades que distingue a quienes poseen el don de la comunicación es que saben sintetizar y presentar ideas complejas en forma clara y predominantemente visual. Eligen cuidadosamente cada palabra y las entrelazan con gestos cargados de significado simbólico que buscan provocar acciones muy concretas. Saben comunicar con todo su ser. Los silencios importan…y mucho (eso lo saben bien). Gustan y manejan con destreza distintos lenguajes: oral, escrito, visual, gestual, corporal, narrativo, y también el lenguaje de los números, el de los resultados.
Otros de los rasgos de los buenos comunicadores es que están un paso adelante en la caza de tendencias. Curiosos incansables para mantenerse en la cima se actualizan en forma permanente. Llevan en su ADN el interés por aprender de todo y de todos.
Ser comunicador es ser versátil y flexible. Reinventarse constantemente y abandonar la zona de confort es parte del oficio. Ser sensibles y empáticos es parte del arsenal comunicativo: los más experimentados dominan el arte de adaptar el mensaje a distintos estilos de personas, formatos de medios y plataformas, en escenarios y contextos muy diversos.
En pocas palabras, llenos de energía trabajan incansablemente para desarrollar una mente de estratega orientada a investigar, monitorear (frenéticamente) y evaluar en forma continua. Pueden integrar el «big data» con el «small data», y descubrir los micromomentos que los conectan con sus públicos objetivos. No menos importante, poseen las habilidades comunicativas necesarias (críticas y de análisis) para dinamizar las relaciones personales y virtuales que facilitan la llegada a la cima buscada.